Un chico me miraba fijamente.
Estaba segura que no lo había visto antes. Como era alto y musculoso, la silla de plástico en la que estaba sentado parecía de juguete. Tenía el pelo color caoba, liso y corto. Parecía de mi edad, quizás un año más, y había pegado el culo al fondo de la silla, en una postura lamentable, con una mano medio metida en un bolsillo de sus jeans oscuros.
Miré hacia otro lado, porque de pronto fui consciente de la cantidad infinita de imperfecciones. Tenía unos jeans viejos que alguna vez habían sido ajustados, pero que ahora me colgaban por todas partes, y una remera amarilla de un grupo de música que ya no me gustaba. En cuanto al pelo, lo llevaba cortado a lo paje, y ni siquiera me había molestado en cepillármelo. Además tenía los cachetes ridículamente inflados, como una ardilla, un efecto colateral del tratamiento. Parecía una persona de proporciones normales con un globo por cabeza. Eso por no hablar de los tobillos hinchados. Pero le lancé una mirada rápida y vi que sus ojos seguían clavados en mí.
Me pregunté por qué la gente lo llamaba "contacto" visual.
Me dirigí a la ronda y me senté al lado de Isaac, a dos sillas de distancia del chico. Volví a echar un vistazo, y seguía mirándome.
Les digo una cosa: estaba buenísimo. Si un chico que no está bueno te mira de arriba a abajo, en el mejor de los casos te sientes incómoda, y en el peor, agredida. Pero un chico que está bueno... en fin.
El chico seguía mirándome. Sentí que me ruborizaba.
Al final decidí que la mejor estrategia era mirarlo a él. Al fin y al cabo, los chicos no tienen el monopolio de las miradas. Así que lo observé detenidamente mientras Patrick comentaba por enésima vez que era impotente, etc, y enseguida la cosa se convirtió en una competición de miradas. Al rato el chico sonrió y desvió por fin sus ojos azules. Cuando volvió a mirarme, alcé las cejas para darle a entender que yo había ganado.
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