martes, 22 de julio de 2014

A metaphor

Augustus Waters se volvió hacia mi.
- Literalmente - me dijo.
- ¿Literalmente? - le pregunté
- Estamos literalmente en el corazón de Jesús - añadió -. Pensaba que estábamos en el sótano de una iglesia, pero estamos literalmente en el corazón de Jesús.
- Alguien debería informar a Jesús - le comenté -. Vaya, puede ser peligroso almacenar en el corazón a niños con cancer.
- Se lo diría yo mismo - dijo Augustus -, pero por desgracia estoy literalmente encerrado dentro de su corazón, así que no podrá oirme. 
Me reí, y él sacudió la cabeza sin dejar de mirarme.
- ¿Qué pasa? - le pregunté
- Nada - me contestó
- ¿Por qué me miras así?
Augustus esbozó una media sonrisa.
- Porque eres linda. Me gusta mirar a las personas lindas, y hace un tiempo decidí no privarme de los sencillos placeres de la vida.
Se quedó un momento en un incómodo silencio.
- Bueno - siguió diciendo - sobre todo teniendo en cuenta que, como bien has comentado, todo esto acabará en el olvido.
Me reí, o suspiré, o lancé una especie de bufido parecido a la tos.
- No soy lin... - empecé a decir.
- Te pareces a Natalie Portman, a la Natalie Portman de V de vendetta.
- No la he visto - le dije.
- ¿En serio? - me preguntó - A una preciosa chica de pelo corto no le gusta la autoridad y no puede evitar enamorarse de un chico que sabe que es problemático. Hasta aquí, parece tu biografía.
Estaba claro que estaba ligando. Y la verdad es que me volvía loca. Ni siquiera sabía que los chicos podían volverme loca, quiero decir en la vida real.
(...)
La conversación parecía haber terminado
- Bueno - añadí señalando ligeramente con la cabeza los escalones que nos conducían literalmente al exterior del corazón de Jesús.
Incliné el carrito para que se apoyada en las ruedas y empecé a andar. Él cojeó a mi lado.
- Nos vemos el próximo día, ¿no? - le pregunté.
- Tienes que verla. V de vendetta, digo.
- De acuerdo - le contesté - la buscaré.
- No. Conmigo. En mi casa - me dijo-. Ahora.
Me detuve.
- Casi no te conozco, Augustus Waters. Podrías ser un asesino en serie.
Augustus asintió.
- Tienes razón, Hazel Grace.
(...)
Augustus Waters se metió la mano en un bolsillo y sacó un paquete de cigarrillos, nada menos. Lo abrió y se colocó un cigarrillo entre los labios.
- ¿Estás loco? - le pregunté - ¿Te crees muy canchero? Vaya, ya has mandado la historia a la mierda.
- ¿Qué historia? - me preguntó volviéndose hacia mi muy serio.
El cigarrillo, sin encender, colgaba de la comisura de sus labios.
- La historia de un chico que no es feo, ni tonto, ni parece tener nada malo, que me mira, me señala usos incorrectos de la literalidad, me compara con una actriz y me pide que vaya a ver una película a su casa. Pero claro, siempre tiene que haber una hamartía, y la tuya es que aunque tienes un puto cáncer, das dinero a una empresa a cambio de la posibilidad de tener más cáncer, carajo. Te aseguro que no poder respirar es una puta mierda. Totalmente frustrante. Totalmente.
- ¿Una hamartía? - me preguntó
El cigarrillo, todavía en sus labios, le tensaba la mandíbula. Desgraciadamente, tenía una mandíbula preciosa.
- Un error fatal - le aclaré apartándome de él.
(...)
- Los cigarrillos no te matan si no los enciendes. - me dijo mientras mi madre se acercaba a la orilla. - Y nunca he encendido ninguno. Mira, es una metáfora: te colocas el arma asesina entre los dientes, pero no le concedes el poder de matarte.
- Una metáfora - añadí dudando.
Mi madre ya estaba esperándome.
- Una metáfora - me repitió.
- Decides lo que haces en función de su connotación metafórica...- le contesté.
- Por supuesto - me contestó con una sonrisa de oreja a oreja -. Soy un gran aficionado a las metáforas, Hazel Grace.
Me giré hacia el coche y di unos golpecitos en la ventanilla, hasta que bajó.
- Voy a ver una película con Augustus Waters - le dije a mi madre -. Grábame los siguientes capítulos del maratón del reality, por favor.




Augustus Waters manejaba pésimo. Tanto si estábamos parados como si avanzábamos, no dejábamos de rebotar. Yo iba volando contra el cinturón de seguridad de su Toyota con cada frenada, y la nuca me salía despedida hacia atrás cada vez que aceleraba. Debería haber estado nerviosa - iba en el coche de un extraño, camino de su casa, y era perfectamente consciente de que mis pulmones de mierda no iban a permitirme grandes esfuerzos para evitar que se propasara - pero manejaba tan absolutamente mal que no podía pensar en otra cosa.

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