jueves, 17 de julio de 2014

H&G

Abrí la puerta. Augustus llevaba un traje negro de solapas estrechas, perfectamente a la medida, con una camisa azul claro y una corbata fina de color negro. De un extremo de su boca seria colgaba un cigarrillo.
- Hazel Grace, estás preciosa - me dijo


- Yo... - balbuceé.
Pensaba que el resto de la frase surgiría del aire que atravesaba mis cuerdas vocales, pero no fue así.
- Me siento casi desnuda - dije por fin.
- No seas anticuada - me dijo sonriéndome desde su altura.

(...)
Augustus tomó su copa y la alzó. Yo tomé la mía, aunque nunca había bebido más que algún sorbo de la cerveza de mi padre.
- Okay - me dijo.
- Okay - le respondí.


Chocamos las copas y di un sorbo. Las diminutas burbujas se fundieron en mi boca y tomaron rumbo al norte, hacia el cerebro. Era dulce, crujiente y delicioso.
- Está buenísimo - dije - nunca había bebido champán.
Apareció un jóven camarero robusto de pelo rubio ondulado. Era quizás más alto que Augustus. 
- ¿Saben lo que dijo Don Pérignon después de inventar el champán? - nos preguntó con un bonito acento.
- No - le contesté.
- Gritó a sus compañeros monjes: "Venid corriendo. Estoy degustando las estrellas". Bienvenidos a Amsterdam. ¿Quieren que le traiga la carta o prefieren el menú del chef?
Miré a Augustus que me devolvió la mirada.
- El menú del chef suena muy bien, pero Hazel es vegetariana.
Se lo había dicho a Augustus solo una vez, el día en que nos conocimos.
- No hay problema - dijo el camarero.
- Fantástico. ¿Y puede traernos más de esto? - le preguntó Augustus señalando el champán.
- Por supuesto - le contestó el camarero - Esta noche hemos embotellado todas las estrellas, jovencitos. ¡Ay, el confeti! - exclamó apartando delicadamente una semilla de mi hombro desnudo.- Hacía años que no había tanto. Está por todas partes. Es muy molesto.
El camarero desapareció. Observamos el confeti descendiendo del cielo, saltando por el suelo empujado por la brisa y cayendo al canal.
- Cuesta creer que a alguien pueda parecerle molesto - comentó Augustus.
- La gente se acostumbra a la belleza.
- Pues yo todavía no me he acostumbrado a ti - me contestó sonriendo.
Sentí que me ruborizaba.
- Gracias por venir a Amsterdam - me dijo.
- Gracias por dejar que te robara el deseo - le dije yo.
- Gracias por llevar ese vestido. Es... ¡guau!
Sacudí la cabeza e intenté no sonreir. No quería ser una granada. Pero estaba claro que Augustus sabía lo que hacía, y quería hacerlo.

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