miércoles, 16 de julio de 2014

H&G

Oí abrirse la puerta corredera de vidrio detrás de mí. Me di vuelta. Era Augustus, que tenía unos pantalones caqui y una camisa a cuadros de manga corta. Me sequé la cara con la manga y sonreí.
- Hola - le dije.
Tardó un segundo en sentarse en el suelo a mi lado e hizo una mueca cuando se cayó de culo con poca gracia.
- Hola - me contestó por fin.
Lo miré. Él miraba el patio.
- Ahora lo entiendo - añadió al tiempo que me pasaba un brazo por encima de los hombros - son unas hamacas tristes de mierda.
Le di un golpecito en el hombro con la cabeza.
- Gracias por venir.
- Ya ves que intentar mantener las distancias conmigo no va a cambiar mis sentimientos.
- Lo imagino - le contesté.
- Todos tus esfuerzos por salvarme de ti fracasarán.
- ¿Por qué? ¿Por qué aun así te gustaría? ¿No has tenido ya bastante? - le pregunté.
Pensaba en Caroline Mathers.
Gus no me contestó. Me agarró con fuerza el brazo izquierdo.
- Vamos a hacer algo con las putas hamacas - me dijo - te aseguro que son el noventa por ciento del problema.
Cuando ya me hube recuperado, entramos y nos sentamos en el sofá cada uno al lado del otro, con la mitad de la laptop apoyada en su rodilla y la otra mitad en la mía.
- Qué caliente - dije al sentir la base del ordenador.
- Por fin - me contestó sonriendo.
Gus cargó la página Llévatelo Gratis y escribimos juntos un aviso.
- ¿Título? - me preguntó.
- Hamacas buscan hogar - le contesté.
- Hamacas desesperadamente solas buscan un hogar feliz - dijo él.
- Hamacas solitarias, vagamente apedofiladas, buscan culos de niños - dije yo.
Se rió.
- Es eso.
- ¿Qué?
- Lo que me gusta de ti. ¿Eres consciente de lo difícil que es conocer a una chica que inventa un participio del adjetivo "pedófilo"? Estás tan ocupada siento tú que no tienes ni idea de lo absolutamente original que eres.
Respiré hondo por la nariz. Nunca había suficiente aire en el mundo, pero su escasez era especialmente aguda en aquel momento,
(...)
Después encendimos un rato la tele, pero no encontramos nada que nos interesara, así que tomé "Un dolor imperial" de la mesita de noche, lo llevé al comedor y Augustus Waters leyó en voz alta para mí mientras mi madre, que estaba haciendo la comida, escuchaba.
- "El ojo de cristal de la madre miró dentro de sí" - empezó a leer Augustus.
Mientras leía, sentí que me enamoraba de él como cuando sientes que estás quedándote dormida: primero lentamente y de repente de golpe.

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